Por Paulina Araneda, Directora Ejecutiva de Grupo Educativo
Este es un gran tema, y sin embargo, en los programas de gobierno nadie habla de él. Tampoco los nuevos Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) parecen estar preparándose para enfrentarlo. Cuando se transfieren establecimientos, no se ajusta la estructura de la oferta ni se proyectan los cambios que vienen.
En la próxima década, el sistema escolar chileno vivirá una transformación profunda y silenciosa: habrá cada vez menos estudiantes. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, Chile perderá cerca de 314 mil niños y jóvenes entre 2024 y 2035, una disminución del 7% en la población en edad escolar. La causa es estructural: cada vez nacen menos niños.
Este fenómeno demográfico no sólo redefine la magnitud del sistema educativo, sino también su distribución territorial. No todas las regiones están viviendo la caída de la misma manera. En muchas comunas rurales o del sur las salas están medio vacías, mientras que en ciertos sectores urbanos la demanda sigue concentrada. El Sistema de Admisión Escolar ya lo refleja: el 85% de las comunas del país tiene vacantes disponibles en todos los niveles.
Pero la discusión pública sigue anclada en el promedio nacional, sin mirar el mapa. Pensar la educación sin considerar el territorio —ni las decisiones de infraestructura, transporte, migración o empleo que lo configuran— es un error de política pública. Una carretera puede, literalmente, vaciar un liceo.
Un tema clave y poco abordado es la asistencia. Es cierto que el número de estudiantes por curso en Chile es mayor que en la OCDE. Pero la asistencia es menor, por lo que un docente chileno tiene menos estudiantes en sala cada día que su par en los países desarrollados. El punto es que no siempre son los mismos. Esa rotación permanente interrumpe los procesos de aprendizaje y hace muy difícil sostener el vínculo pedagógico.
En el caso de los liceos técnico-profesionales, el desafío es aún más urgente. No se trata sólo de la pertinencia de las especialidades, sino de que en muchos casos no habrá suficientes estudiantes para sostenerlas en el futuro. Por eso, la oferta técnico-profesional debería racionalizarse, no únicamente desde la lógica administrativa de los SLEP, sino considerando los territorios, las dinámicas productivas locales y las proyecciones de población.
Los jardines infantiles son otro ejemplo. La demanda es heterogénea según el territorio: hay comunas donde sobran cupos y otras donde faltan. Se requiere una mirada mucho más fina, capaz de integrar la información demográfica, social y económica a la planificación educativa.
Lo que está ocurriendo es una transición demográfica que cambiará la educación chilena en todos sus niveles. Si no se anticipa con políticas adecuadas, el país enfrentará una red escolar desbalanceada, con escuelas que sobran en algunos lugares y faltan en otros, con docentes excedentes y especialidades sin matrícula.
Chile tiene la oportunidad de convertir este desafío en una ventaja. Pero para eso es necesario mirar más allá de las cifras nacionales y poner el territorio en el centro de la planificación educativa. Porque una política que ignora la realidad local no sólo desperdicia recursos: también pierde la oportunidad de construir un sistema más equitativo, coherente y sostenible.
 
			  




