Durante el mes de diciembre, la Agencia de Calidad de la Educación entregó los resultados del estudio internacional PISA 2022. El Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes mide periódicamente las competencias en matemáticas, lectura y ciencias en adolescentes de 15 años en distintos países del mundo, proveyendo información importante para el benchmarking de los sistemas educativos participantes.

Además de la presentación de los resultados, el secretario ejecutivo de la Agencia, Gino Cortez Bolados, compartió información que caracteriza el clima dentro del cual se desarrollan los procesos de enseñanza-aprendizaje en nuestro país. Una de estas variables captó particularmente mi interés: el impacto que el uso de celulares en el aula (smartphones) tiene sobre la atención de los estudiantes. A continuación, pueden ver la lámina que presenta los datos en bruto:

El gráfico compara el promedio de las respuestas de los estudiantes chilenos (azul) frente al promedio internacional (rojo) en relación al uso de “recursos digitales e informáticos”. Como se puede apreciar, nuestros estudiantes sienten que su atención es perturbada en un nivel significativamente superior al de la media internacional.

¿Qué significa esto? ¿Qué implicancias tiene?

En esta columna profundizo un poco al respecto, para mostrar por qué considero que el uso de celulares debiese regularse intensamente en la población infantil, y estar fundamentalmente ausente de los centros educativos.

Algunas consideraciones

Es importante considerar que un celular no es sólo un dispositivo tecnológico, sino que es una plataforma que ofrece múltiples posibilidades de interacción. Nuestras observaciones dentro del contexto de esta columna están inspiradas principalmente en un segmento de estas alternativas: aquellas aplicaciones en cuyo modelo de negocios el usuario es el producto, particularmente las redes sociales como facebook, tik-tok, instagram, etc.

Estas empresas obtienen sus ganancias vendiendo servicios de publicidad que apuntan a segmentos de usuarios específicos, lo cual es altamente atractivo para sus clientes, ya que es mucho más eficiente que poner un anuncio en una carretera o un paradero de micro. Para lograrlo, las empresas deben obtener la mayor cantidad de información posible de las personas que las utilizan, esto lo consiguen diseñando aplicaciones con experiencias de usuario que los mantienen “enganchados” publicando, comentando, dando “likes” y simplemente revisando nuevas actualizaciones. El sistema monitorea cada interacción con la aplicación (el tiempo que pasa mirando fotos de zapatillas, el tipo de publicaciones a los que da likes, el momento del día en donde está más activo, etc.) y procesa esta información para perfilar al usuario y ofrecerle anuncios específicos en los que tendrá más posibilidades de hacer click que otra persona. Ese es el negocio.

El diseño de esta experiencia de usuario es extremadamente refinado y se aprovecha de ciertos sesgos cognitivos propios del ser humano -cuya función original era protegernos de amenazas en el nicho ecológico en donde evolucionamos como especie- para explotarlos y mantenernos interactuando. Algunos de los elementos de diseño, como por ejemplo el refuerzo intermitente del “like” que recibimos en una publicación, siguen el mismo principio que opera a la base de las máquinas tragamonedas.

Teniendo entonces la idea de este tipo de aplicaciones en mente, y la capacidad que tienen para “enganchar” a las personas, pasaremos a revisar el efecto que tiene en dos áreas: el aprendizaje y la salud mental de niños, niñas y adolescentes.

Efectos sobre el aprendizaje

Antes de seguir adelante, por favor vean este video. Es una prueba de atención diseñada por psicólogos cognitivos:

La gran mayoría de las personas que ve este video no logra pasar la prueba en el primer intento. Impresionante, ¿no?

Este test muestra que sin atención somos ciegos, o “sin atención no hay aprendizaje” como dice el neurocientista cognitivo Stanislas Dehaene en su libro “¿Cómo aprendemos?”, en donde ubica a la atención como uno de los cuatro pilares del aprendizaje. Tanto es así, que propone que una de las competencias más importantes que debe tener un docente es la capacidad de captar y dirigir la atención de sus estudiantes. Sólo con esta información podemos ya entender la magnitud del problema que reportan ellos mismos reportan, al declarar verse distraídos por estos dispositivos que están justamente diseñados para capturar su atención.

Sin embargo, el problema no acaba ahí.

El cerebro es plástico, particularmente durante la infancia, y la atención es una capacidad que se puede ejercitar, pero para hacerlo necesitamos ponerla a prueba, tal como sucede con la musculatura corporal. Lamentablemente, como ya revisamos, el diseño de las aplicaciones que más capturan la atención de las personas, lo hacen de una manera fugaz que inhibe una experiencia profunda de interacción con el contenido, promoviendo lo que en inglés llaman “skimming” (ojear, rozar, pasar por encima).

Los estudiantes que tienen acceso extensivo y poco regulado al celular en distintos contextos empiezan a desarrollar ciertos hábitos o mindsets en su relación con el contenido que luego pasa a ser el modo estándar de relacionarse con la información en general. En este escenario, si bien serían capaces de decodificar un texto, les sería mucho más difícil identificarse con personajes, ponderar sus conflictos morales, sentir cosas nuevas y vincularlas con su propia experiencia, considerar distintos argumentos, etc.

En lo que respecta al desarrollo de las capacidades cognitivas, el skimming es el equivalente a la comida chatarra… ¿Permitiríamos que la JUNAEB ofrezca a nuestros estudiantes cajitas felices del McDonalds como almuerzo?

Efectos sobre la salud mental

Si bien no es uno de los temas de la prueba PISA, la preocupación por la salud mental de las infancias y adolescencias ha estado en el centro de la mirada de los gobiernos, la sociedad civil y los organismos internacionales, particularmente después de la pandemia. En Chile, por ejemplo, el Plan de Reactivación Educativa dedica uno de sus ejes exclusivamente a este tema.

En lo que respecta la relación entre salud mental y uso de celulares, desde hace varios años que en Estados Unidos ha existido una discusión intensa sobre el tema. Todo comienza cuando psicólogos sociales como Jean Twenge y Jonathan Haidt mostraron que en el año 2012 se marca un aumento dramático en las tasas de problemas de salud mental en la población adolescente de esa nación. ¿Qué pasó el 2012 que podría explicar este aumento tan notorio?

Ese fue el año que la porcentaje de púberes en estados unidos que tienen smartphones pasó el 50%.

La relación puede ser algo antojadiza, y efectivamente se debatió mucho en un principio, proponiendo como explicación alternativa que ese aumento se debía principalmente a sensibilidades generacionales distintas. Sin embargo, la admisión de preadolescentes a hospitales con motivo de autolesiones e intentos de suicidio siguió la misma tendencia y, posteriormente, otros experimentos ayudaron a mostrar que el uso del celular estaba involucrado, y no sólo como correlación, sino que como factor causal. Hoy en día existe un consenso relativamente estable en relación a que el uso de los smartphones constituye un factor de riesgo para niños, niñas y adolescentes, quienes simplemente no están preparados para poder lidiar con el mundo que estos dispositivos les abren.

Sólo a modo de ilustración, compartimos dos mecanismos a través de los cuales el acceso a redes sociales es tóxico para esta población.

En primer lugar, la performatividad social, que básicamente hace referencia a que estas plataformas hacen aparecer una métrica clara de deseabilidad social: ¿cuánta gente “me sigue”?, ¿cuántos likes recibió mi foto?, ¿qué tipo de comentarios hacen en mis publicaciones? Probablemente la mayoría de quienes leen esta columna no tuvieron la experiencia de pasar la pubertad y la adolescencia con esta presión, pero seguro se la pueden imaginar.

Por otra parte, el “picoteo” social (social snacking). Las redes sociales y plataformas de mensajería nos permiten tener al alcance de la mano a todas las personas que conocemos, sin embargo, el tipo de interacción que tenemos a través de estos medios no logra satisfacer las necesidades de interacción que estamos diseñados para resolver. La prosodia de la voz, la proxémica, los silencios y el “tiempo muerto” compartiendo con otros es algo cada vez más escaso. Estamos cada vez más conectados pero nos sentimos cada vez más solos.

La correlación entre problemas de salud mental en adolescentes mujeres y el uso de redes sociales es cercana al 0.2, mientras que la correlación entre la exposición a plomo en la infancia y el coeficiente intelectual adolescente es de 0.09. ¿Recuerdan el escándalo que llevó a cerrar la refinería de CODELCO Ventanas? Si no permitimos que empresas intoxiquen químicamente a nuestros niños… ¿Por qué sí los exponemos a que se intoxiquen emocionalmente?

Conclusiones

A estas alturas, espero haber al menos generado cuestionamientos respecto de la pertinencia de permitir el acceso libre a smartphones en niños, niñas y adolescentes. En Estados Unidos actualmente hay una demanda colectiva en curso sobre Meta, impulsada por gobernadores de más de 40 estados, por el efecto dañino que están generando sobre la salud mental adolescente a través del uso de sus aplicaciones.

Me parece que en Chile debiésemos seguir un camino similar, pero sin quedarnos dormidos en los laureles esperando que esto se resuelva mediante vía legislativa o judicial. Los centros educativos están mandatados a lograr que los estudiantes aprendan a vivir y relacionarse de manera sana. Para lograrlo, proveen de un espacio seguro para la interacción, aprovechando la riqueza del encuentro para transformarlo en oportunidades de aprendizaje. Sin embargo, considerando todo lo que actualmente se sabe sobre el impacto nocivo del uso de redes sociales en la salud mental de los adolescentes, las comunidades educativas tienen un gran punto ciego del cual no se están haciendo cargo.

Debiésemos lograr comprender la magnitud del problema, su centralidad en las vidas de nuestros estudiantes, y tomar cartas en el asunto abordándolo desde múltiples ángulos: mediante conversatorios con todos los estamentos de la comunidad, explicándolo a los apoderados en las reuniones, articulándolo con los objetivos de aprendizaje del currículum, incluyéndolo en los planes de formación ciudadana y en el trabajo de los equipos de convivencia escolar, etc-

Marko Bremer
Psicólogo
 con mención en Psicología Educacional y Psicología Clínica Infanto-juvenil de la Pontificia Universidad Católica de Chile
Jefe de proyectos Grupo Educativo