Columna por Eduardo Rojas, Gerente de Proyectos de Grupo Educativo

Es sabido que el aumento en la participación laboral femenina es fundamental para lograr el crecimiento de la economía. En Chile, aún estamos en deuda con este desafío, ya que tenemos solo un 53% de ocupación femenina, es decir, casi la mitad de las mujeres en edad de trabajar no están integradas al mercado laboral chileno, lo que afecta su autonomía financiera y nos aleja de ser una sociedad en la que tengamos una real igualdad de derechos y deberes.

En el quintil más pobre de nuestra sociedad esta realidad es aún más preocupante, ya que esta participación femenina del mercado laboral es inferior al 30%. Es decir, de cada 3 mujeres pobres, sólo 1 tiene ingresos autónomos, muestras que las otras 2 están dedicadas al trabajo doméstico y a las tareas de cuidado, ya sea de sus hijos, de sus padres ancianos o de algún familiar que no sea autovalente.

Esta realidad, los hombres mayoritariamente en el mundo del trabajo y las mujeres mayoritariamente en el mundo de la atención y del cuidado, se presenta también como un desafío para la educación media técnico profesional.

Las cifras son preocupantes: en especialidades dedicadas a la atención y el cuidado, la matrícula es abrumadoramente femenina: en Atención de Párvulos la matrícula femenina llega al 98%, mientras que Atención de Enfermería esta llega al 86%. Agrava la situación el que estas especialidades, denominadas “feminizadas” por su alta matrícula femenina, tienen las remuneraciones más bajas.

Caso contrario, las especialidades con las remuneraciones más altas para sus egresados son todas especialidades “masculinizadas”, tales como Mecánica Industrial con un 91% de matrícula masculina, Mecánica Automotriz con un 89% o Electricidad, con un 87% son las que obtienen luego las más altas remuneraciones, lo que nos anticipa la reproducción de estas brechas de género.

Por cierto, estas brechas no son antojadizas. Las alumnas y sus familias al momento de matricularse en la educación técnico profesional evalúan un conjunto de factores: las posibilidades reales de hacer su práctica profesional en un lugar seguro y acogedor, el conocer o no a otras mujeres que lo hayan intentado y salvado con éxito, las posibilidades de tener una trayectoria formativa y laboral satisfactoria.

Para lograr esto, se requiere un compromiso de muchos actores, no sólo de los propios establecimientos educacionales. En una actividad del Liceo Ignacio Domeyko, una egresada de Mecánica Industrial contaba con orgullo su actual empleo en una gran empresa del rubro metal mecánico, aunque comentaba que para ir al baño debía subrir cuatro pisos para usar el baño de las secretarias, ya que en el taller no había baños de damas y que sus compañeros la trataban con cariño, pero no le asignaban tareas complejas, ya que aún no confiaban plenamente en que una mujer lo pueda hacer bien. El ingreso de la mujer en igualdad de condiciones, requiere de una convicción de la sociedad en su conjunto y, si bien estamos avanzando, aún falta camino por recorrer.

Rodrigo Valdés, ex Ministro de Hacienda y actual Director del Depto del Hemisferio Occidental FMI, señalaba en el Seminario Icare de este año que la participación femenina en el mercado laboral es, junto al cambio climático, son temas críticos para la macroeconomía, ya que aumentar un 10% la participación femenina en el mercado laboral en Chile, haría subir hasta 4 puntos el crecimiento del Producto Interno Bruto.

En las grandes faenas mineras del norte de Chile se están desarrollando iniciativas robustas de integración de la mujer y el Ministerio de Educación tiene una agenda importante de equidad de género. Lograr esta equidad de género es un desafío público y privado: en lo público, contar con políticas públicas que lo sostengan, como la sala cuna universal; en lo privado, llevar esta convicción, que mujeres y hombres podemos desenvolvernos igualmente bien en el mundo laboral y en las tareas de cuidado familiar, al hogar y a la empresa, al ejemplo que damos a nuestros hijos y al trato de las compañeras de trabajo, a la sala de clases y al taller.