“La información creíble es a la participación cívica lo que el aire puro y el agua fresca son a la salud pública.” [1]
Tenemos un problema
El verano del 2017 los Chilenos fuimos testigos de uno de los incendios forestales más grandes registrados en nuestra historia. La magnitud de la catástrofe fue tal que los esfuerzos por combatirla no surtían efectos. Sólo quedaba esperar que la fortuna estuviese de nuestro lado y que las condiciones climáticas nos echaran una mano.
El país estaba movilizado, mucha gente fue hacia la zona para ayudar a los afectados, el resto se informaba y discutía sobre el asunto. Muchos nos preguntábamos si había alguna explicación al origen de las llamas: ¿Era posible que fuese sólo casualidad?, ¿Acaso no había ningún responsable?
Esas preguntas rápidamente fueron encontrando variadas respuestas en una serie de publicaciones y mensajes que circulaban por las redes sociales. Se esparcieron más rápido que el mismo fuego.
El problema surgió cuando, al pasar los días, se iba comprobando que dichos testimonios no tenían ningún sustento y que lo único que lograban era generar confusión y odiosidad en un momento en que el país necesitaba claridad y unión. Más aún, algunas de estas “noticias” tenían consecuencias lamentables e injustas, razón por la cual la justicia anunció que se querellaría con aquellos que estuviesen involucrados en la generación de estos rumores.
Ahora bien, si este incendio hubiese sucedido 20 años atrás, estos comentarios no hubiesen pasado del chismoseo de boca en boca, circunscrito a una comunidad local. Sin embargo, las posibilidades que ofrecen las redes sociales actúan como un megáfono puesto en miles de dispositivos de forma simultánea, haciendo que estos rumores alcancen magnitudes sustantivas que incluso lograban obstaculizar las operaciones de apoyo.
Este es sólo un ejemplo de las problemáticas que acompañan a todas las virtudes que Internet nos ofrece. Ésta permite que cualquier persona genere y comparta información, situación que si bien implica muchos beneficios, una de sus consecuencias es que efectivamente exista muchísima información de dudosa procedencia -o derechamente falsa- dando vueltas en cada esquina del ciberespacio.
Un ejemplo similar al caso recién descrito del incendio en Chile, cuyas consecuencias son aún más complicadas, es el de la aparición de grupos que se rehúsan a vacunar a sus hijos debido a que sostienen, contra toda evidencia científica, que éstas producirían autismo en los niños. Esta creencia ha permitido que enfermedades mortales, que prácticamente se habían erradicado, vuelvan a cobrar vidas. Quizás incluso recuerdan el caso de un chileno que adhiriendo a estas creencias, murió de fiebre amarilla a comienzo de este año en Brasil, una tragedia perfectamente evitable.
¿Qué se puede hacer al respecto?
En resumen, tenemos un gran problema: nadamos en un mar de información de distintos niveles de confiabilidad y no somos muy buenos para distinguir el nivel de evidencia asociada a cada una de ellas. Esta situación está teniendo consecuencias fatales.
Generalmente se acepta que hay dos grandes vías para enfrentar el problema.
La primera implica hacer cambios importantes en la forma en que funcionan Internet y las redes sociales, de manera que algunas de estas noticias falsas se filtren antes de que lleguen a nuestros ojos. Sin embargo, esta solución nunca será completamente efectiva, ya que para las computadoras no es tan sencillo discriminar con precisión la veracidad de la información que circula por la red, además, esto no considera el hecho de que hay información que no es completamente verdadera ni completamente falsa… ¿Qué se hace en ese caso?
La otra vía es desarrollar en las personas la actitud de cuestionar sanamente la información que recibe, así como las habilidades requeridas para resolver esa sospecha. Es esta segunda propuesta la que nos interesa, ya que nos lleva al ámbito educativo.
Actualmente no tenemos mucha información respecto de cuáles son las capacidades actuales de los estudiantes para evaluar la información que reciben en base a la evidencia que la sustenta. Por este motivo, investigadores de la Universidad de Stanford decidieron aportar con su grano de arena y diseñaron pruebas que revelaron que la mayoría de los estudiantes de distintos niveles educativos no son capaces de distinguir entre información confiable de aquella que no lo es.
Estos hallazgos, si bien preocupantes, nos ayudan a comprender la urgencia del problema y poner el foco en aquellos procesos educativos que permiten que los estudiantes desarrollen dichas habilidades. Al respecto, la evidencia apunta a que lograrlo requiere que éstos se enfrenten constantemente no sólo a tener que demostrar sus aprendizajes, sino que también a la tarea de explicar por qué saben lo que saben.
Lo cual nos lleva a…
Una alternativa de solución: el desarrollo de habilidades de investigación en Serf
El sistema Serf propone que, además de los objetivos de aprendizaje definidos en las bases curriculares, los estudiantes debiesen desarrollar un conjunto de habilidades que les permitan enfrentarse a cualquier desafío de aprendizaje de manera exitosa en el futuro. En palabras simples, se trata de no entregarles el pescado, sino de enseñarles a pescar.
Estas habilidades son cultivadas a partir de una forma particular de organizar las actividades de aprendizaje llamada “Ruta del aprendizaje”. En otro artículo podremos indagar más en ella, por ahora basta decir que se compone de cuatro etapas, una de las cuales se llama “Investigación”.
Una forma de comprender esta etapa es comparando cómo se da la adquisición del conocimiento en una clase tradicional con cómo se espera que suceda en un ambiente de aprendizaje Serf. En una clase tradicional el docente es la fuente del conocimiento e intenta a través de distintas estrategias hacer que el estudiante logre dominarlo, esto generalmente se traduce en clases expositivas, donde hay una tendencia del estudiante a recibir la información de manera pasiva.
En contraste, en un ambiente de aprendizaje Serf, cuando el estudiante se enfrenta a la etapa de investigación debe definir qué debe aprender, para luego indagar en distintas fuentes (algunas sugeridas por el docente), evaluar el nivel de validez de la información y seleccionar la que le sirve para lograr el propósito de su investigación. Adicionalmente, el desarrollo de estas habilidades se evalúa a través de encuentros formales con el docente llamados “Citas de promoción”. En éstas no sólo se busca saber cómo se ha realizado el trabajo y el nivel de desarrollo de habilidades de investigación que a través de éste se demuestra, sino que también es una instancia en donde se conversa sobre el proceso, intentando que el estudiante se haga consciente, por ejemplo, de qué estrategias le resultan más útiles para alcanzar los resultados que busca y por qué, así como de generar preguntas más profundas que enfrenten al estudiante con la tarea de responder por qué sabe lo que sabe y cuáles son los argumentos o evidencias que tiene para afirmarlo.
Es sencillo ver cómo esta forma de adquirir conocimientos requiere de una actividad reflexiva mayor por parte del estudiante, lo cual constituye un ejercicio que le permite desarrollar habilidades que eventualmente podría utilizar para evaluar con mayor precisión la confianza que le merece la información con la que se encuentra en Internet. Son estas diferencias entre la educación tradicional y Serf las que nos motivan a trabajar con las comunidades educativas para ofrecer alternativas pedagógicas que desafíen más a los estudiantes y les permitan desarrollar un conjunto de habilidades que los preparen no sólo para ser buenos profesionales en el futuro, sino que también ciudadanos autónomos y responsables.
Marko Bremer
Psicólogo con mención en Psicología Educacional y Psicología Clínica Infanto-juvenil de la Pontificia Universidad Católica de Chile
Jefe de proyectos Grupo Educativo
[1] The Challenge That’s Bigger than Fake News: Civic Reasoning in a Social Media Environment, pág 7.